Hoy día me pasó una güeá
bien rara (y algo graciosa) en el supermercado mientras empacaba las compras de
los clientes.
Resulta que llegó hasta mi caja recaudadora un hombre de
unos cincuenta, sesenta años de pelo corto, casi calvo, lentes de montura
delgada y la cara cubierta por esas venas rojas que lucen la mayoría de las
personas de la tercera edad. El asunto es que me entregó un par de bolsas de
género para que echara todos sus productos en orden al carro que andaba
trayendo consigo y esperó a que la cajera le anunciara el total de su compra.
Ya, todo bien, el caballero era súper simpático, nos sonrió a todos y no dejaba
de irradiar mucha buena onda…, hasta que me dijo lascivamente: “oye, por qué no
me echai’ todo adentro”.
Al principio no
me lo tomé a mal, obvio, no es que mi doble sentido esté funcionando las
veinticuatro horas del día como para pasarme rollos con todo lo que llega a mis
oídos, pero al mirarlo a los ojos y pedirle perdón por no haberle escuchado
bien, el hombre volvió a decirme: “échame TODO
adentro”; entonces vislumbré un extraño brillo en su mirada. Las comisuras de
sus labios se curvaron hacia abajo, como hacen algunas actrices porno para
excitar a quienes las observan. Y pucha, no me quedo otra que tragar saliva y
hacerle caso (de manera literal, naturalmente).
“Ahí tiene sus
cosas”, le dije, dejando sus bolsas de género ordenadamente dentro del carro.
El hombre
extendió su mano para ofrecerme unas cuantas monedas como propina, y al momento
de hacer ésta contacto con la mía, sentí cómo pasaba las yemas de sus dedos por
mi palma de forma delicada y tierna, como un cariño, y yo no pude hacer otra
cosa que retirarla de ahí sacándole todas las monedas que me ofrecía. Le di las
gracias y lo vi marcharse lejos, hasta que llegó a la entrada del recinto, me
miró de vuelta, y al darse cuenta que no le había quitado la vista de encima,
salió raudo hacia el estacionamiento donde debía estar su auto, camioneta, o lo
que fuera que utilizara para movilizarse el fulano éste.
Y yo ahora
pienso, después de escribir todo esto: ¿por qué no me pasa lo mismo con todas las
mujeres que atiendo? ¿Por qué, por qué, diosito, por qué?