Historia #206: Los jóvenes del colectivo



El colectivo se detuvo en una esquina para dejar que los pasajeros sentados atrás, tres jóvenes con aspecto de delincuentes y mal hablados, se apearan. Claudio, que iba sentado en el asiento del copiloto escuchando música con audífonos, sólo se inmutó cuando el último de ellos dio un fuerte portazo al bajarse.
            Entonces sintió que el chofer le daba un codazo en su brazo izquierdo para que se quitara los audífonos y le prestara atención.
            Claudio, que esperaba que el hombre le preguntara nuevamente por su dirección, se extrañó un poco al oír:
            −¿Escuchaste la conversación de los güeones de atrás?
            Claudio, cansado y todo después del arduo día de trabajo, no quiso responderle con lo que parecía obvio porque sabía iba a sonar muy pesado de su parte.
            −No, lo siento, no estaba prestando atención.
            −¿Pero viste a esos pendejos sentados atrás?
            −Sí, por supuesto. Acaban de bajarse.
            −Estaban hablando de haber ido a una tienda de retail a robar montones de cosas, así como si nada –explicó el chofer, deteniéndose en un disco pare−. ¡Y eran chicos: no tenían más de dieciséis años!
            −Es un asunto de todos los días para algunos.
            −¡Pero imagínate toda la plata que pierden esas empresas por gente como ésta que les pasa robando todos los días!
            −¿Pero sólo robaban tiendas de retail?
            −Sí; al menos eso me dieron a entender.
            −Entonces está bien –dijo Claudio, y el chofer lo miró con expresión adusta.
            −¿Cómo dices?
            −Que mientras no le roben a tiendas de personas como usted o como yo, todo está bien.
            −¿Por qué dices eso, eh? –Las manos del hombre se tensaron sobre el manubrio−. ¿Estás a favor de esos delincuentes malditos?
            −No estoy diciendo que esté a favor de ellos, caballero –replicó Claudio, sintiéndose arrepentido de haber respondido a la conversación de aquel tipo−. Sólo estoy diciendo que no me parece tan malo que roben en tiendas de retail.
            −¡Pero si es un robo, cómo no te va a parecer malo!
            −Porque las tiendas de retail son millonarias, compran sus productos a precio de ganga para venderlos mucho más caros y les pagan a sus trabajadores una mierda, que dicho sea de paso son explotados sin ningún tipo de seguridad laboral a futuro. Por eso el robarle a ellos no es algo tan perjudicial como usted cree. ¿Se acuerda del dicho ese que dice “ladrón que le roba a ladrón tiene cien años de perdón”?
            El colectivero no dijo nada.
            −Bueno, pues por eso me parece que esos jóvenes no estaban tan mal, después de todo –continuó Claudio−. Aunque si hubieran dicho que lo robado provenía de la casa de una familia esforzada y luchadora como la mía, por ejemplo, probablemente me hubiera enojado mucho y desearía que se secaran en la cárcel como tantos otros que lo merecen y que siguen apareciendo todavía en la tele vestidos de terno y corbata, como si todo les diera lo mismo.
            Entre ambos interlocutores hubo un silencio tan pesado que ni siquiera la cumbia éxito de turno de la radio aplacó sus ánimos.   
            −Ustedes, los jóvenes, no tienen idea de nada –dijo el chofer por fin, sin quitar la vista del frente−. En los tiempos del Gobierno Militar, estas cosas no…
            −¿Sabe qué?, déjeme por aquí nomás –le espetó Claudio, quitándose el cinturón de seguridad−, no quiero seguir escuchándole.
            −¿Por qué no quieres seguir escuchando ahora? ¿Te da cosa que hable de la Dictadura?
            −En primer lugar no fui yo quien empezó con esta conversación –le respondió Claudio, echando chispas por los ojos−; segundo lugar, el que cite a la Dictadura como un punto de comparación positivo para esta situación, me dice que usted, o debe ser de los malos, o debe tener bien atrofiada la cabeza. Y tercero… No, no me interrumpa; y tercero, me parece muy idiota de su parte apoyar a los empresarios millonarios e hijos de puta que regentan las tiendas de retail de este país y todas esas mierdas, cuando usted o uno de sus familiares bien podría ser uno de sus tantos empleados mal pagados y esclavizados. Sólo es cosa de pensar un poco… Y déjeme por acá, le digo: no me interesa ir al lado de un hombre que piense como usted.
            El colectivero, notoriamente nervioso y avergonzado, se detuvo en la siguiente esquina, a unos cuantos minutos de la dirección dada por Claudio, y esperó a que éste se bajara para partir casi al instante.
            Un poco más calmado, Claudio se puso los audífonos y comenzó a caminar el trecho que restaba hasta su casa, deleitándose con el aire frío de la noche que tanto ansiaba durante el día, estando detrás de la caja registradora de aquella tienda de retail en la que trabajaba seis veces a la semana, haciendo cada vez más ricos a sus dueños mientras él se volvía cada vez más viejo y desesperanzado.