Álvaro:
−¡Güeón!, ¿cachaste esa pendeja?
Daniel:
−Sí, ¿qué pasa con ella?
Álvaro:
−¡Güeón, qué chucha: tiene como diez años y ya anda con un tatuaje en la cadera
y tiene un aro en el ombligo!
Daniel:
−Oh, no me di cuenta. Pero demás que es uno de esos tatuajes falsos de las
ferias de verano y güeá.
Álvaro:
−Ya, puede que sea falso, pero qué onda sus papás, cómo chucha la dejan hacer
eso, si es apenas una niña.
Daniel:
−Así son las juventudes de hoy, pos. Qué se le va a hacer.
Álvaro:
−Ya, está bien que así sean las juventudes de hoy y la güeá; incluso nosotros
fuimos unos borrachos de mierda que nos gastábamos hasta el último peso en
copete. Pero esto, esto, es
increíble, espantoso.
Daniel:
−¿Por qué usai’ esos adjetivos?
Álvaro:
−Porque es así: increíble y espantoso. No puede ser que niñitas de diez años
quieran imitar, a toda costa, a jóvenes mucho más grandes con un pensamiento
totalmente diferente. O sea, está bien, es un mundo libre y todo lo demás, la
gente puede hacer lo que quiera realmente, pero creo que existen ciertos
niveles, parámetros, en que uno llega a un límite y dice: “oye, espera, son
niños, los niños deberían estar haciendo cosas de niños, no preocuparse de
cosas de grandes”; ¿me entiendes?
Daniel:
−Claro que te entiendo. ¡Pero a la mierda! La gente es feliz así.
Álvaro:
−¿Pero qué tenemos a cambio? ¿Niños que se creen y actúan como adultos? ¿Niños
que se preocupan por cosas de grandes? Es cosa de fijarse en que ahora hay
niñitas de doce años embarazadas, mamás de quince, niños que a los diez años ya
pololean y dejaron de ser vírgenes. O sea, ¡de qué mierda estamos hablando!
Daniel:
−Creo que le estás dando mucha importancia al asunto. Las generaciones cambian:
antes nos gustaban los monos animados, a los jóvenes de ahora le gustan los
reality shows del MTV. ¿No te parece justo?
Álvaro:
−No. Totalmente no.
Daniel:
−Yo creo que deberías dejar de mirar a las niñitas que pasan cerca de ti y no
fijarte más en sus detalles. Cualquier persona podría pensar que eres un puto
pervertido.
Álvaro:
−Se me olvidaba que hoy en día tampoco se puede decir nada…
Daniel:
−Bienvenido a los tiempos modernos, querido.
Álvaro:
−Amén.