Reflexión #13: Gabriela Mistral



Sin saber muy bien por qué, me acordé que unas semanas antes que mi abuela falleciera de cáncer, la acompañé al hospital para tratarse y chequear su estado como venía siendo la costumbre desde hacía tiempo. Como llegó un momento en que mi mamá debía entrar con ella a la sala de la doctora y no quería esperarlas ahí afuera, sin nada qué hacer, comencé a caminar por los pasillos del recinto so pretexto de buscar un baño para orinar y esas cosas. Sin embargo, a pesar de ver a los usuales enfermeros apurados corriendo de aquí para allá y a las enfermeras llevando cosas en sus bandejas con aspecto preocupado, encontré, para mi sorpresa, un pasillo conmemorativo lleno de fotos de Gabriela Mistral, pero no las típicas fotos de Gabriela Mistral en que sale llena de niños y mujeres y con aire solemne y bonachón, sino que aquellas sacadas en momentos que probablemente tú y yo vivimos o podemos apreciar a diario o cada cierto periodo de tiempo de nuestras vidas. Díganme, ¿cuántos de ustedes ha visto una foto de la Gabriela riendo a mandíbula batiente, la ha visto fumando, o  ha encontrado una foto en que salga leyendo en su cama con aire despreocupado y en piyama?; yo creo que deben (debemos; me uno porque las vi) ser pocos los que lo hemos hecho, puesto que desde chicos nos han inculcado que Gabriela Mistral fue sólo una gran poetiza y docente, y nada más que eso, y que cuando se habla de ella sobre sus otras dimensiones de ser humano, todos parecen rescatar sólo lo malo, como el hecho de su sexualidad, que hacía trampa en clases y pruebas y otras tantas tonteras que en realidad no tienen mucha relevancia para su obra (la cual, dicho sea de paso, tampoco trata sólo sobre rondas con niños y la pobreza). No entiendo cuál es el afán de siempre buscar lo malo y no lo bueno de nuestra gente. Tampoco hallo una razón para creer que las fotos de una Gabriela Mistral sonriente o leyendo en piyama en su cama no sean aptas para niños en la época del colegio, y sí para las personas que transitan por los pasillos de un hospital; puede que la contra respuesta a mi propuesta sea obvia, pero sigo más allá: ¿no se debería encausar mejor a los niños con respecto a nuestra cultura y mostrar las cosas tal como son (o fueron) para que puedan sacar algo en limpio, o sólo no lo hacen porque Gabriela Mitral –Lucila Godoy Alcayaga– era mujer a diferencia del otro Nobel de Chile, el hombre Pablo Neruda?
            Hay cánones que siguen estructurando nuestra realidad, y en formas mucho más sutiles pero profundas que ésta, y con eso hay que tener ojo. Porque más allá de nuestra apariencia, nuestro pene, tu vagina, tus tetas, mis cejas, hay algo más que nos une y nos hace parecidos. No se dejen engañar tan fácil, gente. No se dejen engañar.