Me senté en el sillón frente
a la psicóloga y comencé a narrarle el episodio más perdurable de mi niñez tal
como me lo había solicitado. Le dije que cuando era un niño, mi padre me llevó
a la ciudad para ver a una banda marchante. Él dijo: “hijo, cuando crezcas,
¿serías el salvador de los rotos, de los abatidos y de los malditos?”. Él dijo:
“¿derrotarás a tus demonios, a todos los no creyentes, y todos los planes que
han hecho? Porque un día te dejaré, un fantasma que te guiará en el verano,
para que te unas al Desfile Oscuro”.
La psicóloga me miró sonriendo y aseguró que aquello era
un buen inicio para con nuestras sesiones; la facilidad para poder exteriorizar
mis sentimientos, dijo, era un buen aliciente para acabar de una vez por todas
con mi depresión.