−No te muevas –dijo Angélica
mirando fijo a Antonio.
−¿Tengo algo en la cara?
−Sí, espera que ya te lo saco… Mmmm…, ¡ahí sí!
Antonio intentó ver lo que Angélica tenía entre su pulgar
y su índice.
−¿Qué era?
−Una pestaña caída –dijo ella−. Ahora debes pedir un
deseo y adivinar de qué lado está: si arriba o abajo −explicó−. Si le atinas,
tu deseo se cumplirá.
−¿En serio?
−¿Quieres intentarlo?
Antonio se encogió de hombros y dijo que bueno.
−¿De qué lado está la pestaña? –Angélica sonreía.
−Mmmm…, arriba.
−¿Ya pensaste en tu deseo?
−Sí, ya lo hice.
−Entonces arriba –repitió ella−. Ahora debes soplarme los
dedos y veremos si tu deseo se cumplirá o no.
Antonio así lo hizo y Angélica separó su índice del
pulgar; la pestaña caída se encontraba en el primero de los dos dedos. Antonio
le había atinado.
−¡Muy bien! –dijo Angélica−. ¡Ahora tu deseo se cumplirá!
−¿Se demorará mucho?
−Depende lo que hayas pedido.
Antonio se quedó pensativo por un instante, se encogió de
hombros otra vez y tomó la mano de su novia para continuar avanzando como si
nada hubiera ocurrido. Sin embargo, cuando pasaron por el escaparate de la
siguiente tienda de retail de la calle, Antonio supo por todas las pantallas
que transmitían la misma noticia en directo que su deseo sí se había cumplido.
–“Sí –decía el tipo del noticiario con voz crispada,
mientras que en las imágenes se veía la fachada del Congreso y un montón de
gente aglomerada afuera; habían servicios de Fuerzas Especiales apostados en su
entrada clausurada–, nos acaban de informar que todos los que estaban adentro
están muertos, salvo los del personal de aseo y las secretarias, que fueron
desalojados pacíficamente. Los tipos habrían entrado directamente por la puerta
principal, avisándoles a las personas que encontraban que se fueran lo más
lejos de ahí; nadie pensó que todo esto iba a…”.