Cuento #51: El regalo de la tía Yasna



primero se me perdieron las llaves de la casa, luego las de mi auto, después fue el control remoto de la tele, el chispero para encender la cocina, los fósforos para el calefón, etcétera, etcétera, hasta que me di cuenta que las cosas iban desapareciendo a medida que las necesitaba; por ejemplo: cuando tenía que terminar uno de mis informes para la universidad, me era imposible encender mi computador por no dar con su cable de energía (o la batería para poder encenderlo sin él), lo cual era una verdadera mierda. al principio pensé que se trataba de mi hermana chica y su sórdido sentido del humor; pero luego supe que a ella también le ocurría lo mismo, así como a mis papás por igual y a la gente que de repente visitaba la casa; todos pensábamos que se trataba de verdaderas (y jodidas) malas coincidencias, o una casi imposible (¿pero explicable?) pérdida de memoria a corto plazo colectivo, como si eso nos bastara por toda respuesta para los extraños sucesos que ocurrían. de hecho, pensamos de esa manera por unos cuatro, cinco años, aproximadamente, hasta que la tía Jenni llegó contando un día que los responsables de tales aberraciones (así lo dijo) eran realmente los enanos que teníamos adornando el patio; ¿los enanos?, preguntó mi madre, con la mano en la boca, ¿los enanos que nos regaló la tía Yasna?; sí, dijo la tía Jenni, ellos son los responsables, y procedió a explicarnos cómo podíamos detenerlos: resulta que los muy malditos, además de ser ladrones y tener un sentido del humor del orto, también amaban la cerveza y eso, como a todas las personas que conocía, significaba su gran punto débil; estos enanos de mierda aman la cerveza, nos explicó la tía Jenni, pero si toman cerveza, sus reflejos se vuelven pésimos; prueben dejando un poco en una tapa de plástico por la noche y verán cómo al otro día amanecen totalmente secos. ¡vaya, quién lo creería: ni siquiera nosotros nos dimos cuenta cuando por la noche ya estábamos intentando comprobar si era verdad lo que nos había dicho la tía Jenni, repartiendo pocillos llenos de cerveza por todo el patio, como si fuera un campo minado! cuando terminamos, nos sacudimos las ropas, tomamos chocolate caliente en la cocina, y vimos películas cómicas hasta el amanecer (pellizcándonos o golpeándonos cuando lo ameritaba) sólo para comprobar que ninguno de nosotros había alterado los pocillos y que efectivamente eran los enanos los culpables de toda nuestra miseria. entonces nos levantamos, fuimos al patio y vimos que ahí no quedaba cerveza por ningún lado y que estos, los malditos enanos hijo de puta, incluso habían cambiado de posición entre ellos, importándoles una mierda que los descubriéramos o no. fue en ese momento que mi padre se enfureció y, blandiendo un puño, gritó: ¡putos enanos de mierda, putos todos, si quieren quedarse con la cerveza, deberán dejarnos en paz, malditos, ya lo saben! luego vino un fuerte silencio; todos estábamos expectantes, esperando que en cualquier momento decidieran moverse y empezar a hablar con nosotros; sin embargo solo uno de ellos lo hizo, y de una manera tan ínfima, que tuvimos que pensar mucho para poder concluir que intentaba señalarnos algo, tal vez un punto específico en el patio o una forma por la cual poder comunicarnos; por consiguiente, nuestras miradas trazaron una línea recta desde donde apuntaba con sus ojos y dimos con que se refería a una tabla suelta (de la cual nunca antes nos habíamos percatado) que conformaba una de las paredes del cobertizo. mi papá fue el que la sacó de su lugar y encontró dentro del agujero escondido un pequeño botón magenta con aspecto inofensivo; sin pensarlo mucho lo apretó con descuido y ¡PAF! todos los colores de nuestro mundo se dieron vuelta: es decir, lo blanco se volvió negro y lo negro se volvió blanco, como en el negativo de un rollo fotográfico; con mi familia entera quedamos paralizados, completamente asustados por la situación, sin saber qué demonios ocurría a ciencia cierta. fue entonces que miramos hacia las figuras de los enanos y nos dimos cuenta que en el mundo de oscuridad (el mismo nuestro, sólo que cambiado) en el que nos encontrábamos, sus formas habían adquirido vida (como nosotros) y que de sus ojos brillaba una extraña y mortecina luz roja, como las de los demonios en los dibujos animados; no tardamos en percatarnos que se preparaban para saltar sobre nosotros y atacar en equipo; escuchamos que uno de ellos (no sabría decir cuál) empezó a contar en voz alta  y entrecortada (se notaba borracho) para actuar al unísono, sujetos a un plan a todas luces fraguado mucho antes de nuestra llegada. ¡uno, dos…!, y mi papá, movido por un impulso más que cualquier otra cosa, volvió a accionar el botón magenta de la pared, retornando todo a la normalidad, donde los enanos no eran más que ornamento y el cielo blanco era sólo el cielo blanco. resoplamos fuerte, pensando de la que nos habíamos salvado, y decidimos destrozar todas las figuras de los enanos del patio (que justamente, ante nuestro terror, se encontraban mirándonos directamente, preparados para lanzarse hacia nosotros): ¡con qué gusto hicimos mierda a esos malditos hijos de perra usando nuestras manos para arrojarlos al piso, con los martillos guardados en el cobertizo, con todo lo que encontramos cerca y pudiera servirnos: sus trozos volaban, se hacían pedazos, quedaban reducidos prácticamente a polvo!; ¿y no saben lo que encontramos dentro de sus cuerpos?; ¡sí, todas nuestras pertenencias perdidas: todas las copias de mis llaves de la casa (y las de mi hermana y la de mis padres), las de mi auto, un par de cables de energía de mi computador, un montón de cajas de fósforos, una cantidad enorme de encendedores, un consolador negro de cuarenta centímetros, un cinturón con hebilla y pene plástico en uno de sus extremos y muchas revistas porno para mujer enrolladas como espadas! entonces nos miramos con duda y nadie quiso seguir reclamando lo que era suyo. dijimos: ya está bien, los vencimos, eso es todo; mi mamá bostezó, un poco ruborizada: creo que debemos dormir, dijo levantando sus brazos, no hemos dormido en toda la noche. sí, dijimos todos, también bostezando. sí, creo que es hora de dormir. y le hicimos caso, dejando repartidas todas nuestras cosas entre los restos de los enanos ladrones.