Dieron las 12 de la noche y
todos comenzaron a abrazarse, a gritar y a mirar los fuegos artificiales que
empezaban a estallar en ese momento en el cielo con aire hipnotizado; bueno,
todos menos yo: en vez de hacer eso, cerré mis ojos y pedí mi deseo de Año
Nuevo que me correspondía como cualquier ser humano común y corriente; fue una
cosa rápida, casi fugaz: como lo tenía pensado desde hacía tiempo, me costó
menos de tres segundos formularlo.
Cuando volví a abrir los ojos, miré a la derecha y
comprobé que efectivamente mi deseo se había hecho realidad. ¡Vaya, qué feliz
me sentía!
−Hola, Felipe –me saludó el hombre aparecido a mi lado.
−Hola, señor Lamadrid –lo saludé de vuelta, y nos
besamos.