Historia #82: Grageas Bertie Bott de todos los sabores


La Lucía, una amiga de mi hermana chica, llegó a la casa con una caja llena de grageas de todos los sabores de Bertie Bott de Harry Potter; entre las dos las echaron todas en una bolsa de plástico rosada (donde no se podía ver el interior) y jugamos a sacar una al azar y comérsela entera, sin importar las consecuencias; por cosa de azar, a cualquiera podía tocarle una con sabor a cerumen, vómito, huevos podridos, jabón, entre muchos otros sabores asquerosos y retorcidos.
            Mi hermana fue la primera en sacar su gragea; le tocó una verde.
            −¡Pasto, güácala! –dijo sin dejar de masticar con la boca abierta−. Toma –le pasó la bolsa a su amiga.
            −¡Mierda, vómito! –dijo la Lucía, haciendo una mueca de asco; al cabo de unos segundos, le asaltó una fuerte arcada que resistió apretando los ojos y la boca. Acto seguido, me pasó la bolsa para que sacara mi gragea.
            Acepto que temí ponerme a vomitar ahí mismo o algo parecido si me tocaba una de huevos podridos, cerumen, u otra de vómito; pero no podía mostrarme menos valiente que mi hermana chica y su amiga, así que hice como que me daba lo mismo y metí mi mano en la bolsa para sacar la que me correspondía (luego de rebuscar mucho).
Para mi sorpresa, saqué una de color rojo…, aunque en realidad no sabía a qué sabía la gragea de color rojo.
            Tragué saliva (sin que se notara mucho) y me la eché a la boca de un tirón.
            Afortunadamente, y ante todas mis predicciones negativas, el sabor que tenía no resultó ser tan malo después de todo; de hecho, me gustó bastante.
            −Este sabor me parece conocido –comenté, masticando la gragea sin dejar de darle vueltas al por qué me sabía tan familiar.









−¡Aquí estoy, jefe; ¿para qué me necesitaba?!

            −¡Para preguntarte qué ha pasado con el destacamento de grageas de color rojo!

            −Oh, jefe, siento lo del retraso…, pero de hecho…, justo acaba de llegar el nuevo destacamento de mujeres menstruantes; se supone que ya deben de estar sentándose sobre “El caldero sangrante”.

            −¡Ah, cuánto me alegra saber eso! Tú sabes lo importantes que son las grageas de color rojo en todo esto, ¿cierto?

            −Sí, jefe, lo tengo más que entendido.

            −Así me gusta, así me gusta… ¡Ya, es mejor que vayas a supervisar cómo se va llenando ese “caldero sangrante”! ¡Anda!

            −Sí, jefe, voy de inmediato, voy de inmediato…