Una vez conocí a una mina en
un pub y ya, todo bien, todo bacán, nos curamos, nos comimos en el baño y como
andábamos calientes, me la llevé pa’ la casa con el claro fin de copular con
ella. Todo iba bien hasta que llegamos, entramos y encontramos a mi hermano mayor
viendo una película solo en el living; como entré primero, me saludó buena onda
y todo, pero cuando vio a la mina a la que había traído se levantó de un tirón
y me dijo, fuerte: “¡¿qué hace esta maraca acá?!”; al principio no entendí muy bien:
mi hermano nunca solía tener esos arranques de furia con gente desconocida,
pero luego de ver la cara de la mina, caché que con toda seguridad se conocían
desde mucho antes que yo. “Oye, lo siento, no sabía que era tu hermano”, le
dijo la mina a mi hermano, temblorosa; parecía habérsele pasado la curadera al
instante. Los miré a los dos y pregunté a lo Gary Medel: “¿qué sucede?”. Mi
hermano me miró y me dijo: “esta maraca me pringó, me dejó el pico hecho
mierda”. “¿En serio?”; no podía creer lo que estaba escuchando. “¡Sí, güeón!;
¿te acordai’ cuando se me inflamaron las güéas y me salieron esas ronchas en el
pico y me tuvieron que llevar al hospital?”; asentí con la cabeza. “Ya pos, fue
por culpa de esta maraca”. Miré a la mina en cuestión para corroborar la
información: como sólo agachó la cabeza, supe de inmediato cuál sería su
respuesta. “Mierda”, pensé, poniéndome nervioso, “en qué situación de mierda me
he metido”; entonces empecé a juguetear con las cosas que tenía dentro de los
bolsillos de mi chaqueta; fue en eso que toqué algo duro y rectangular hecho de
cartón; como no sabía qué era, lo saqué para verlo a la luz de la pantalla que
seguía prendida: era una caja de condones, nueva; como estuve un buen rato
sosteniéndola con la mano extendida, sin hacer nada, me di cuenta que tanto mi
hermano como la mina (cuyo nombre no recuerdo) la miraban sin decir nada.
Fue entonces que hice el primer trío de mi vida.