Resulta que la mayoría de
los colectivos que llevan a la villa donde vivo tienen radio para comunicarse
con los demás; es por eso que se pueden escuchar con frecuencia conversaciones entre
ellos o indicaciones sobre pasajeros esperando locomoción en ciertos puntos
específicos por donde transitan. Fue por eso, también, que con mi hermana
pudimos escuchar (mientras volvíamos a nuestra casa en colectivo, obvio) cómo
otro chofer anunciaba que una señora estaba pidiendo de vuelta un paquete que había
olvidado en el maletero del colectivo en el que había llegado a su casa; con mi
hermana nos miramos y dijimos, entre cuchicheos: “debe ser una bomba”, y nos
reímos por el chiste; teníamos la tendencia a hacer comentarios absurdos como
ése todo el tiempo. Al cabo de un rato respondió a la llamada otro colectivero,
diciendo que ya lo habían encontrado, el paquete, y que precisamente él lo
tenía en el paradero de la Iglesia, que ahí iba a esperar a que la señora que
lo necesitaba lo fuera a buscar. Sin embargo, al momento en que iba a decir “cambio
y fuera” para cortar la comunicación con los demás, se escuchó una fuerte
detonación que dejó la línea sumida en una densa estática; varios de sus
colegas empezaron a hablar preguntando que qué había ocurrido, mezclándose las
voces de unos con otros en una espesa y confusa marea de ruidos. Pero cuando
vimos la columna de humo que se había alzado hacia el cielo justo en el
paradero que habían mencionado por radio, con mi hermana supimos de inmediato
que algo raro y mortal habíamos provocado.