El teléfono de red fija sonó tres
veces antes de ser contestado.
−¿Aló?
−¿Aló, Carlos? ¡Oye, güeón, está
todo listo: con los cabros ya fuimos a comprar las chelas y le dijimos a la
Tami y todas sus amigas que fueran pa’ tu casa! ¡Va a quedar la cagá, loco:
compramos 6 packs de 18 chelas, 4 promos de pisco y 3 de vodka! ¡El Raúl dijo
que iba a llevar la macoña; llegó esta tarde de Ovalle, cargadito! ¡Así
que, loco, llama pa’ avisar cuando se vayan tus papás y vamos con todo pa’ ya,
¿ya?!
−Ya.
−¡Ya, güeón, nos vemos!
−Chao.
−Chao.
Las escaleras que llevaban al
segundo piso de la casa crujieron, indicando que alguien estaba bajando por
ellas.
−¿Quién era? –preguntó Carlos,
extrañado.
Su papá dejó el auricular del
teléfono en su lugar, mirándolo asesinamente.
−¿Qué onda, quién era?
−Creo que tenemos que hablar,
Carlos.