La
compradora le había dicho que llegaría hasta su casa en un jeep rojo, vistiendo
un reconocible abrigo de color amarillo para evitar confusiones con otras
personas; fue por eso que Ricardo se apresuró a abrirle la puerta apenas la vio
aproximarse a ella.
−Hola –le dijo la mujer,
acomodándose nerviosamente sus gafas desde el otro lado del umbral−. Soy la
compradora.
−¡Sí, sí, recibí tu llamado! Pasa.
La mujer entró balbuceando un
ligero:
−Permiso
–al tiempo que inclinaba tímidamente su cabeza.
−¿Quieres
sentarte?
−No,
gracias.
−¿Agua,
bebida, algo?
−No,
no, gracias; así está bien.
Ricardo
condujo a la compradora hasta el cuarto donde guardaban todas las cosas que ya
no ocupaba. Ahí, sobre un viejo mueble que le había pertenecido a su madre,
descansaba el televisor que estaba ofreciendo por Internet.
−Está
casi nuevo –comentó él, señalándolo con la cabeza−; lo vendo porque mi papá me
regaló otro nuevo.
−Sí,
sí, ya veo –La mujer le echó una rápida mirada−. Está como nueva.
−Es
porque la usé poco; ya casi ni veo tele.
−¿Te
gusta leer?
−Algo
así.
−Mmmm.
La
compradora se acercó al aparato y comenzó a inspeccionarlo de más cerca, quizá
buscando alguna falla o daño para pedir una reducción de precio como muchos
otros lo hacían.
−Parece
estar en perfectas condiciones –dijo ella, sin dejar de mirarlo.
−Sí;
como te decía… −Pero el celular de Ricardo empezó a vibrar dentro de su
pantalón, impidiendo así el término de su frase−. Oh, disculpa; vuelvo
enseguida –dijo avergonzado, saliendo rápido del cuarto. Acto seguido, miró la
pantalla de su aparato y comprobó la llamada: era de un número desconocido.
Pensando que podía tratarse de otro presunto comprador de su televisor, no dudó
en contestar de inmediato−. ¿Aló?
−¿Aló,
sí, con Ricardo Valladares? –preguntó una mujer del otro lado de la línea.
−Sí,
con él.
−Hola,
soy la compradora del televisor que ofreces por Internet; voy llegando a tu
casa.
−Perdón…,
¿cómo?
−Sí…;
de hecho, creo que ya llegué.
Ricardo
se acercó a la ventana que daba al antejardín para ver cómo un jeep rojo se
estacionaba del otro lado de su reja metálica.
−¿Es
el #4422, cierto? –dijo la mujer del teléfono.
−Sí…
−balbuceó el hombre, sintiendo un frío malestar anidar en su estómago−. Ésa es
mi dirección…
−¡Excelente!
–Y dicho esto, la mujer cortó la llamada; del otro lado de la ventana, del jeep
rojo se apeó una joven mujer de anteojos enfundada en un llamativo abrigo de
color amarillo.
Ricardo
creyó que iba a ponerse a gritar en ese mismo instante, presa del terror que lo invadía; sin embargo, antes de poder abrir su boca siquiera,
unas frías manos se posaron sobre su cuello, cerrándose violentamente a su
alrededor.
Una
gélida voz le habló al oído.
−No,
Ricardo, no…