Cuento #19: Llamada equivocada


Germán contestó su celular.
            −¿Aló?
            −¿Aló? −preguntaron del otro lado.
            −Diga.
            −Eh…, hola, soy Manuel…
            −¿Qué Manuel? −cortó Germán, frunciendo el ceño sin darse cuenta.
            −Manuel Contreras…
            −No conozco ningún Manuel Contreras, número e…
            −¡Espera, espera, porfa!
            −¿Qué onda?
−Mira, sé que no me conocís −farfulló el tipo del otro lado de la línea−, pero quería saber si me podiai’ escuchar algo.
            −…
            −¿Aló?
            −¿Escuchar qué? −dijo Germán.
            −Escuchar.
            −¿Qué cosa?
            −Mira, necesito desahogarme con alguien −declaró Manuel. Se tomó una ligera pausa−. ¿Puedes?
−Eh… Germán dudó si dejarse llevar o no por la curiosidad. Estuvo así unos cuantos segundos, hasta que respondió−: Bueno. Está bien. Pero que sea rápido.
            El tipo del teléfono respiró hondo y exhaló con fuerza.  
            −Estuve pololiando con una niña por un año y tanto. Estuvimos juntos desde el año pasado, en Tercero Medio, hasta este año, hace unos días atrás.
            −¿Ya? ¿Y? ¿Qué pasó?
−Me pidió un tiempo, la semana pasá’, y yo se lo di −En la voz del tipo (un niño que debía ir en Cuarto Medio) se sintió un dejo de amargura−. Pude haberme pescado un montón de amigas, todas ricas y maracas, pero no lo hice. No lo hice por respeto a esa conchetumare.
            Germán se sintió un poco alarmado al notar la creciente furia de su interlocutor.
            −¿Qué te hizo?
            −Durante esa semana no nos vimos ni nos llamamos −continuó Manuel−. Por mi parte, me quedé en la casa y no hice nada. Ni siquiera salí a carretear con mis amigos.
            −…
            −Hasta que me llamó ayer.
            “Acá viene lo interesante”, pensó Germán, más atento.
            −¿Y qué te dijo? −quiso saber.
            −Me preguntó cómo estaba, que cómo me había ido en el colegio, y esas cosas. Estuvimos así como por unos quince minutos, hasta que me preguntó si me había pasado algo durante la semana, la que no estuvimos juntos. Le dije que nada, que no salí, ni nada, que la echaba de menos y… bueno, eso.  
            −¿Y qué fue lo que te dijo ella?
            −Me dijo que lo había pensado mejor durante la semana de receso; había pensado lo de nuestro pololeo −El muchacho hizo una pausa en la que pareció dudar si seguir echándolo todo afuera o no−. Me dijo que no quería volver conmigo porque la tenía chica…, la tula.
            −¿Cómo? ¿No quiso volver contigo porque tenís la tula chica? −Germán no lo podía creer. Quería soltar una risa, pero temió arruinar el momento.
            −…Sí, algo así.
            −Vaya, qué zorra la muy puta.
            −Sí, zorra mal parida. Me dijo que no quería volver conmigo porque tengo la tula chica.
            −Pero qué onda. ¿La tenís chica de verdad?
            −¡No sé, güeón, tú escucha! ¿Me vai’ a seguir escuchando?
            −Sí, oh, sí…
            Me dijo que no quería volver conmigo por la güeá esa, la que te dije. Así que le pregunté que cómo sabía que la mía era... chica en comparación con la de los demás.
            −¿Qué te dijo?
            −La muy maraca me contó que se había metido con otros hombres en la semana de receso.
            −¿En serio?
            −Sí −Manuel tragó saliva−. No podía creerlo. Se metió con otros hombres mientras nos dábamos el receso, la muy hija de puta.
            −¿Y en una semana?
            −No. Se metió con todos ellos en una sola noche. Todos al mismo tiempo.
            Germán quedó de una sola pieza.
            −Es difícil creer, pero es cierto. La muy perra me cagó con todo lo que tenía.
            −…Pucha, lo siento, hermano, yo…
            −Ya, si no importa… Sólo necesitaba contárselo a alguien antes de volverme loco.
            −Me imagino.
            −¿Te has sentido loco alguna vez, Germán?
            La voz del chico (que iba en Cuarto Medio) había vuelto a sonar como la de un tipo más grande.        
            −Podría ser que…
            (¡Espera!)
            −…¿Cómo sabes mi número telefónico? −advirtió Germán, frunciendo otra vez el ceño, más que antes−. ¿Quién te lo dio?
            −…
            −¿Quién te dijo cómo me llamaba? 
            Las manos de Germán comenzaron a tiritar.
            −¿Quizá quieras saber cómo termina esta historia, no? −preguntó el tipo del otro lado.
            −…No entiendo.
            −Quizá no hay nada qué entender, Germán. O quizá todo sea esto: una llamada equivocada, alguien desconocido del otro lado de la línea, una persona cualquiera con una historia enormemente triste.
Del otro lado se sintió como si alguien expulsara pacientemente humo de su cigarro.
−O tal vez puede que sea un mensaje previniéndote de un posible futuro nefasto.
            Germán pensó de inmediato en su novia. Le había dicho que iría a estudiar a la casa de unas amigas, para una prueba al día siguiente.
−Uno nunca sabe, Germán. Uno nunca sabe.
Y así, sin más, el tipo cortó la comunicación.
Para cuando Germán lo llamó de vuelta, su celular se hallaba apagado.