Parados
frente a la Pileta de los Deseos, el padre le pasó una moneda de Cien Pesos a
su hija pequeña. Le dijo:
−Mira,
Lucía: tomas la moneda, cierras los ojos, pides un deseo, y luego la arrojas
dentro de la Pileta. Así, observa −Y dicho esto, el padre cerró sus ojos y
lanzó su moneda, cayendo ésta justamente dentro del agua de dicha estructura.
−¿Qué
fue lo que pediste, papá? –le preguntó su hija, con los ojos llenos de
curiosidad.
−Es
un secreto. Si le cuentas a alguien de qué trata tu deseo, éste no se cumplirá nunca
−replicó su padre, guiñándole un ojo.
Lucía
sonrió y cerró sus ojos por al menos unos diez segundos; para cuando su padre
se encontraba un poco impaciente al respecto, la pequeña lanzó su moneda,
dándole de lleno a su objetivo. Luego de que se escuchara un tenue ¡PLOP! en el
agua, Lucía abrió al fin sus ojos.
−¡Listo!
−Bien,
vámon… −iba a decir su padre, pero se detuvo en seco al ver que todas las
personas que los rodeaban se llevaban al mismo tiempo su mano derecha al pecho.
Sus rostros expresaban un dolor horrible, tan potente, que ni siquiera podían
articular chillido alguno. Para cuando el papá de Lucía pensó que las personas
iban a por fin caer en seco sobre el piso, muertos en su totalidad, las cabezas
de éstos empezaron a hincharse, tornándose de un rojo tomate, hasta que
explotaron en sonoros chapoteos, manchándolo todo. Después de eso, el silencio
se hizo en toda la ciudad…
−¿Lucía,
qué demonios…?
Su
hija, de tan sólo tres años y siete meses de edad, lo miró y sonrió como nunca
antes lo había hecho en su corta vida.