Anoche me tomé una botella
de whiskey en mi pieza, solo, y tuve un sueño bastante extraño:
en él aparecía dentro de una iglesia espaciosa, iluminada
como ninguna otra que he visto hasta este momento: los asientos estaban
separadísimos unos de otros, y el altar parecía encontrarse al fondo del gran
salón (o como sea que se llame el lugar donde hacen las misas); de hecho, todo parecía grande, o yo más pequeño que todo lo
demás, no lo sé. recuerdo que miré al techo y los pilares que deberían
sostenerlo se perdían entre unas nubes que estaban donde debería haber estado
el techo, no sé si se me entiende, y que todo lo que me rodeaba me daba
tranquilidad, todo lo contrario a lo que siento cuando entro verdaderamente en
una iglesia, en la vida real; me sentía bien, como iluminado, y entonces empecé
a caminar hasta el altar del fondo, blanco y brillante como todo lo demás. al
principio me costó verlo, por la distancia que nos separaba, pero a medida que
avanzaba se me iba haciendo más fácil distinguir su figura detrás de la mesa
del altar, vestida toda, entera de negro: tenía unos Ray-Ban oscuros, un
sombrero de vaquero, pantalones de cuero, botas de aspecto duro y una camisa
arremangada hasta los codos; tenía una expresión seria, barba sadomaso y una
verruga en una de sus mejillas, todo enmarcado por un largo pelo negro que le
caía hasta más allá de los hombros. ¡Lemmy!, le dije apenas lo vi, ¡tú eres
Lemmy Kil…! no, no soy quien dices, me detuvo el hombre, sonriendo con
lentitud. me llamo Bernardo. Bernardo Solíz, por si te interesa mi apellido.
como lo recuerdo, a todas luces el hombre que tenía al frente era Lemmy, por
supuesto, pero como era un sueño, me creí todo lo que me dijo como si fuera un
encantador de ratas. me volvió a sonreír (afable, como un abuelo) y me dijo: la
vida es corta, hijo, muy corta como para perderse en tonterías; un día debes
ponerte las botas y morir con ellas, como sea; a veces comerás mierda, nadie te
querrá por feo, todos dudarán de tu talento, pero nunca tires la toalla;
recuerda que debes morir con las botas puestas, hijo, morir con ellas puestas.
sus palabras me alucinaban, me llegaban al fondo del pecho; ¡pero es que
mierda, si estaba hablando con el mismísimo Lemmy Kilmister, no podía ser
menos, ¿no?! entonces miro a un lado de la mesa y veo que hay dos botellas (de
formas irregulares) de whiskey sin etiqueta sobre ella. ¿sabías que
antiguamente la gente podía quedar ciega si tomaba whiskey casero?, me preguntó
sin dejar de sonreír al tiempo que tomaba una de las botellas y se la echaba a
la boca. le dije que no. es por culpa del metanol, el alcohol y esas mierdas,
me explicó vagamente entre sorbos, como si la información le diera lo mismo.
¿no le da miedo eso?, le dije. la vida es muy corta como para pensar en quedar ciego si
me tomo un whiskey mal fermentado o no, me respondió mirándome a través de sus
lentes. si tengo ganas de beber, pues lo haré y punto, nada más; lo demás, en
realidad, importa una mierda. asintiendo, tomé la botella de whiskey restante y
me la eché a la boca como por instinto: pero para mi sorpresa (mi sorpresa
inconsciente del sueño) el líquido en su interior tenía el sabor y la
consistencia del agua, a pesar que tenía el mismo color y olor a madera del
whiskey. Bernardo (que realmente era Lemmy) me miró y me dijo: aunque tampoco
debes ser el perro faldero de nadie y hacer lo que otros quieran que hagas.
¿cómo?, le pregunté. como haber tomado de ese whiskey cuando en realidad no
querías. ¿quise tomar de ese whiskey realmente?; no lo sabía. tomaste de ese
whiskey porque estaba sobre la mesa y yo tomé un poco y porque me parezco al
vocalista de Motörhead y no querías quedar de maldito maricón frente a mí,
aunque en realidad yo no sea el tal Lemmy Kilmister con el que todos me confunden
y sea de verdad Bernardo Augusto Solíz Martínez como mi mamá, soltera y todo,
me bautizó; ¿o estoy en lo incorrecto? no dije nada; en el sueño no sabía qué
decir, aunque ahora, así consciente y todo, no sabría qué decirle tampoco. me
quedé callado. hijo, tampoco es para que te lo tomes a pecho, me dijo; si
quieres hacer algo, hazlo, no importa lo duro y difícil que parezca, sólo
hazlo; y nunca hagas caso de los demás cuando sepas que lo estás haciendo bien,
no importa lo errado que parezca. Bernardo me hablaba con una impronta dulce y
gestos suaves, totalmente diferente del carácter que imponía con toda su ruda
indumentaria. ahora, hijo, es mejor que salgas de aquí a menos que te guste la
sangre. ¿qué?; no había entendido lo que me dijo. que es mejor que salgas de
aquí si es que no te gusta la sangre; seguí sin entenderlo hasta que detrás
suyo apareció una hermosa mujer de rizado pelo rubio, completamente desnuda; me
pareció muy idéntica a Marilyn Monroe, aunque nunca había visto muchas fotos de
Marilyn Monroe como para decir que eran iguales iguales. la chica le dio un beso en la boca (vi cómo sus lenguas
chocaban con rapidez) y se instaló encima de la mesa del altar, boca arriba,
sin dejar de sonreír en ningún momento; entonces Lemmy (Bernardo Solíz) sacó
una pequeña hacha del interior de su chaqueta y empezó a rebanar a la muchacha,
salpicando sangre por todos lados; los dos sonreían, los dos gritaban; para
cuando el hombre había hecho picadillos el vientre de la mujer (que aún, fuera
de todo, seguía viéndose muy bonita), se desabrochó los pantalones y empezó a
penetrarla ahí mismo, sobre el altar, sin dejar de gritar y escupir groserías.
¡la vida es ahora, puta, la vida es ahora!, decía, gritaba mejor dicho, y
también lo hacía la chica parecida a Marilyn Monroe, los dos mirándome mientras
follaban y esparcían los intestinos de ésta por todos lados. empezaron a reírse
y a besarse sin dejar el sexo. ¿que si sentí asco?; no, no sentí asco; de
hecho, sentí cómo una potente erección avanzaba dentro de mis calzoncillos,
todo lo contrario que podía esperar de la situación con la que soñaba; pero ya
saben, sueños, sueños son, nada más que eso.
Fue ahí entonces que escuché una lejana alarma sonando
dentro de mi cuarto (partiéndome la cabeza con su estúpido ruidito de mierda) y
me di cuenta que lo vivido no había sido más que un simple (pero inquietante)
sueño producto de la borrachera de la noche anterior; sólo mi mano derecha
encerrada en mi pene erecto eran la prueba fehaciente de que acababa de soñar
con Lemmy Kilmister, el mítico fundador, vocalista y bajista de Motörhead,
comportándose como Dios manda.