Fui
al Kzibar con una amiga el sábado por la noche. Le pedimos fuego a unos
metaleros que estaban afuera y nos quedamos con ellos fumando unos porros y
tomando unas Becker en lata que traían bajo sus chaquetas. Uno de los tipos se
me acercó y me pidió un cigarro, con amabilidad; como nos había hecho el favor
de darnos de lo suyo, no dudé en darle también de lo mío. El tipo encendió el
cigarro que le di y, después de echar afuera la primera bocanada de humo, me
preguntó, como para meterme conversa: “¿Cachaste lo del viejo que se mató
en La Serena?”. Como no respondí nada, continuó: “¡El que se hizo cagar la cabeza
tratando de arreglar un aire acondicionado sin ponerse arnés! ¡Cerca del Wall
Street! ¡¿No lo cachai’?!”. “Sí”, le dije. “Era mi papá”.