−Hermanito, ¿tiene una
monedita que me regale?
Con la Loreto y la Carla levantamos la vista de nuestras
guías y nos encontramos con un hombre mayor de piel curtida, andrajoso, el pelo
sucísimo, lleno de motas, y la mirada perdida. Nos observamos entre nosotros,
pillados por sorpresa, hasta que la Loreto atinó a buscar entre sus
pertenencias revueltas dentro de su bolso unas cuantas monedas de cincuenta
pesos que no tardó en extendérselas. El hombre hizo el vago ademán de sonreír,
y sin dirigirnos la mirada, nos dio las gracias y se marchó, buscando más
personas a las que pedirles plata.
−Así es como contribuimos con la drogadicción de esta
ciudad –comenté medio en broma, medio en serio.
−Pobre tipo –dijo la Loreto−. Me da pena ver a alguien
así. Pareciera que estuviera perdido en cualquier lugar, menos aquí, con los
pies puestos en la tierra.
−¿Ustedes sabían que él iba en nuestra universidad?
–quiso saber la Carla−. Me refiero al tipo que nos acaba de pedir monedas.
−No, no lo sabía –dije.
−Sí –continuó la Carla−. Estudiaba (o estudió, mejor
dicho) Ingeniería en no sé qué; era muy bueno, inteligente como ningún otro. De
hecho era el amado de los profes, el que siempre aportaba en clases y el que
siempre tenía las mejores notas.
−¿Y cómo fue que llegó a este estado? –preguntó la Loreto.
−¿Qué crees tú? –dijo la Carla.
La aludida pensó por un rato.
−¿Por culpa de las drogas?
−¡Tal cual!
La Loreto me miró instintivamente.
−¿Fumaba mucha marihuana?
−Por lo que tengo entendido –explicó nuestra compañera−,
este hombre era bien lacho cuando joven: siempre estaba ligando con mujeres, y
como era güen mozo (aunque no lo crean) e inteligente, nunca fallaba.
−¿Y qué tiene que ver eso con haber quedado en el estado
que está ahora?
−Porque llegó un verano en que conoció a una gringa en un
pub del centro, terminaron por enamorarse y todo eso y se fueron al valle a
pasar unos cuantos días juntos, viviendo muy jipimente. El asunto es que como
el vivir jipimente requiere del uso de drogas fuertes para la recreación
mental, este hombre no demoró en tirarse un trip
tras otro, seguramente pensando que eran como los pitos de marihuana o las
cervezas.
−¿Y así fue cómo terminó con la cabeza hecha mierda?
–dije.
−Exactamente –replicó la Carla−. El pobre tipo entró en
un estado catatónico luego del cuarto o quinto trip consecutivo y no pudo volver más a la normalidad. Desde ese
día que vive en otro mundo, en sus propios pensamientos o lo que sea que pase
por su cabeza.
−O sea que literalmente achicharró su cerebro –comenté.
−Así es.
Pensé en los fuertes dolores de cabeza que sentía a veces
cuando con el Mauro y el Juan fumábamos marihuana todo el día y lo borrosa que
se me ponía la vista tras el tercer o cuarto porro de la jornada. ¿Podría quedar
en el mismo deplorable estado que el hombre al que acabábamos de ayudar por
consumir marihuana excesivamente? Llegué a la rápida conclusión que sí,
naturalmente todo exceso tiene una consecuencia negativa, pero ¿llegaría a ese
extremo? Y es que fumar marihuana es algo tan rico, tan tranquilizador, tan útil y necesario, que no podría pensar en mi vida sin ella. No, señor, no,
que todas las fuerzas del mundo quieran que jamás algo me impida fumar
marihuana, como lo puede hacer una enfermedad o un trabajo. Moriría antes de
continuar con una existencia ausente de tan rica, aromática y milagrosa hierba.
Y bueno, si algo malo ocurría y terminaba como el tipo que ahora volvía a
acercarse a nosotros para pedirnos otra moneda, olvidando que acabamos de darle
unas cuantas, por último lo haría feliz y con la sensación de haber resistido
con las botas puestas hasta el final…, si es que mi mente me permitía sentir
tales cosas, claro.
−No, caballero, recién le dimos todas las monedas que nos
sobraban –le dijo la Loreto−. Lo siento.
El hombre balbuceó algo incomprensible, mirándonos con
sus ojos vacuos, y se largó en dirección a una pareja recostada en el pasto
unos cuantos metros más allá.
−¿Qué pasará por la cabeza de ese hombre? –les pregunté a
las demás−. ¿Será consciente de todo lo que le rodea?
−No lo creo –dijo la Carla−. Me imagino que debe seguir
perdido en el mismo periodo en que se hizo mierda el cerebro.
−Yo creo que debe vernos como si continuara bajo los
efectos de los ácidos –aventuró la Loreto−. Ondulados y borrosos, o algo así.
−Espero nunca llegar a ese estado −dije−. Lo bueno es que
la marihuana no puede dejarte así.
−Eso crees tú –dijo la Loreto antes de volver a su guía y
leernos una definición que con toda seguridad aparecería en la prueba que
tendríamos al día siguiente. Con la Carla hicimos lo mismo, pero yo me quedé
meditando sobre el tono acusador que usó la Loreto para decirme lo que pensaba.