Como en la casa del Juan me
podía concentrar poco y nada con tanta gente carreteando, no me quedó otra que
ir a estudiar al parque municipal después de clases. Eran apenas eso de las
cuatro de la tarde y el lugar se veía lleno de colegiales y parejas jóvenes, la
mayoría sin haber cumplido siquiera los veinte años o la mayoría de edad. Me
costó un buen rato encontrar una elevación vacía donde sentarme y sacar mis
apuntes y guías (todas llenas con dibujos de penes) para leerlas de una vez por
todas. Al principio me incomodó la dureza del suelo, luego el frío y por último
el incesante griterío de las personas que andaban por ahí, cortejándose para
aparearse lo más pronto posible; pero tras unos cuantos minutos de preparación
(en que fumé un par de cigarros), me tranquilicé y pude por fin concentrarme en
la materia.
Debió de haber transcurrido un tercio de hora cuando
sentí el casi nulo pronunciar de un joven hablándole a su pareja. Levanté la
vista de mi cuaderno y los vi acercarse hasta las faldas de mi elevación. Eran,
cómo no, una pareja de flaites de no más de dieciocho años, acompañados de un
niño de unos dos que con toda seguridad era el hijo de ambos. Ninguno parecía
preocuparse mucho por él.
Como la voz del flaite comenzó a llegarme
inevitablemente, decidí tomarme un breve descanso antes de seguir con lo mío.
Así pude escuchar las interesantes cosas que el joven le decía a su pareja:
−¡No, si no pasa na’; el gil culiao’ me la’ va a pagar
to’a, to’a, por maricón y qué zarpa!
Su novia parecía mucho más centrada y tranquila, porque
le respondió:
−Oye, no, no hagai’ na’ mejor. ¿Veis que te pueden meter
preso de nuevo?
−¡Qué, a los pacos culiaos me los paso por la raja!
A partir de eso me pude hacer una idea más o menos
general de quienes tenía frente a mis ojos. Me sorprendía que ninguno de ellos
se percatara que su hijo subía peligrosamente la elevación, caminando entre
piedras altas y resbaladizas.
El flaite encendió un cigarro y siguió con lo suyo. Por
lo que pude entender de sus confusas palabras y mal sintetizadas oraciones,
acababa de ser engañado por un primo con el cual había cometido un violento
atraco a una casa del centro, llevándose prácticamente todo lo que había en su
interior; sin embargo el primo de éste, al parecer mucho mayor y más avieso que
él, terminó por quedarse finalmente con todo lo robado, engañándolo de la
manera muy ruin. Ahí entendí por qué entonces quería matar a disparos al otro
tipo.
−¡Se lo merece el gil culiao’!
Su polola no sabía dónde tener la atención: si en su interlocutor,
o en su hijo que andaba por ahí jugando.
−Oye, mira la guagua, se va a hacer cagar –dijo el joven,
apuntando con el cigarro a su hijo−. Llámalo.
−Podríai’ llamarlo tú también, si es tu hijo –balbuceó su
polola.
−¿Qué güeá? ¿Me estai’ diciendo que tengo que hacer tu
pega también, ah?
La joven se quedó callada y llamó a su hijo, quien se
devolvió corriendo hacia ellos. Ahí supe que se llamaba Michael.
−Oye, cabro culiao’ –le dijo el flaite a su hijo, con voz
rasposa−, no te vayai’ lejo’, ¿me escuchaste? –y dicho esto, le pegó
fuertemente con el encendedor en la cabeza a modo de regaño.
−¡Oye, no le peguí’ a la guagua!
−¡O’e, si no pasa na’ o’e! No seai’ cuática.
El tipo encendió otro cigarro y le importó una mierda que
su hijo estuviera ahí, al alcance del humo.
No tardaron mucho en irse; mas cuando lo hicieron, mi
concentración se había ido al carajo: no podía dejar de pensar en que casos
como éste se repetían en un sinnúmero de hogares del país: jóvenes con niños a
su haber, con muy poca experiencia y habilidades para ser padres, de edad
inferior a los veinte años y muy pocas posibilidades de poder darles una vida llena
de los cuidados y garantías que necesitan para que éstos lleguen a la edad
adulta sin mayores problemas.
Pensé en esto y
sentí un nudo en el estómago, percatándome que ésta era la solución idónea para
un país que no necesita más empresarios ni millonarios posicionados en la clase
alta, sino más y más personas capaces de rebajarse a ser sus sirvientes por un
puñado miserable de dinero. En otras palabras: carne para la picadora. Porque
sin concientizar a la gente del daño que se están haciendo, no están haciendo
otra cosa más que asegurar a todas sus generaciones posteriores con más y más
casos que no dejarán de repetirse a lo largo de la historia de nuestra nación:
jóvenes teniendo hijos cada vez más jóvenes, inconscientes de todo lo que
sucede en el mundo real, con una capacidad casi nula de ver las cosas con
claridad para el futuro que se les viene encima.
Pensé: ese
niño, el Michael que acabo de ver, en diez, doce años más, probablemente se
encuentre de nuevo en este mismo parque, con su polola (con la que obviamente
jamás se casará) y su hijo al que posiblemente jamás querrá porque le ha
arruinado su juventud, porque después de eso tendrá que partirse el lomo para
poder darle algo bueno, porque tendrá que robar para poder mantenerlo, porque
tiene catorce años y el mundo se le ha venido encima. Pensé: es un método
bastante eficaz que no cesará de repetirse nunca.
Pensé: este país es una mierda.