Un cura entra a un café a
eso de las seis de la tarde, saludando al dueño ubicado tras su caja
registradora con un amplio ademán de la mano. Una de las meseras desocupadas se
le acerca y le muestra la carta para que haga su pedido.
El cura lee la
carta de manera escueta y termina optando por lo que él denomina “lo de
siempre”. La mesera, conocedora de la referencia del hombre, anota el pedido en
su libreta y se aleja, diciendo que vendrá en seguida.
El cura espera por dos minutos mientras mira a los demás
comensales hablar y engullir sus pasteles, sándwiches y rosquillas. Al cabo de
un rato, vuelve a presentarse la mesera, esta vez con un niño de unos cuatro
años al lado, uniformado y bien presentado.
−Aquí está su
colegial –dice la mesera, instando a que el niño dé un paso hacia el cura.
El cura le mece
los cabellos y acerca su cara de piel grasosa hasta la suya. Acto seguido, le
da un beso en la comisura de los labios con total ternura, echándole su aliento
a tabaco encima, y saca el dinero necesario para pagar por su pedido de su
billetera.
La vida, a
veces, es mucho más fácil de lo que aparenta.