−¿Nena,
corazón, puedes hacer lo mismo de ayer, por favor?
−Pero si ya son más de las once de
la noche…
−Ah, eso no importa…
−¡Lo venimos haciendo desde hace más
de dos semanas; cómo no te aburres!
−Nena, corazón, jamás me aburriría
de ti.
−Pero, pero… −Entonces la chica,
acostada sobre su cama, miró a su joven esposo por sobre sus lentes de oscuro
marco grueso, sin poder evitar sentir toda esa oleada de amor que tenía hacia
su persona; ¡mierda, si daría hasta su vida por él!−. Bueno, ya, está bien
–dijo al fin−. ¡Aunque tendrás que esperar un poco! –añadió, enfática.
−No importa, no importa, demórate
todo lo que quieras.
La chica, luego de esperar unos
segundos, contrajo su cuerpo entero, haciendo una expresiva mueca de
concentración; fue así que su apariencia comenzó a cambiar gradualmente: su
cabello castaño oscuro cortado al estilo francés encaneció y decreció en cuanto
a volumen; su piel, antes joven, tersa y blanca, se arrugó para quedar como la
de un anciano que ha cuidado mucho su piel en su vida; y su chaleco naranja y
falda marrón se deshicieron para regenerarse como un vestón y pantalón de tela
respectivamente. Acto seguido, carraspeó delicadamente su garganta para que su
voz saliera lo más idéntica posible al deseo de su esposo.
−Ya, querido, estoy listo –dijo una
réplica exacta de Alfredo Lamadrid.