Iba leyendo en la micro
cuando se subieron un montón de niños que esperaban impacientes en un paradero;
luego de que subieran, uno de ellos se sentó a mi lado, con su oscuro pelo pajoso
y crecido cayendo sobre su cara, y le pregunté, animado:
−¿De qué colegio son, amiguitos?
Me miró irritado.
−Somos de una
universidad de enanos, agüeonao’ pao’.