Cuento #34: Ahí vamos de nuevo



−Mira, qué bonito perro –dijo Verónica, apuntando ligeramente a un pequeño perro encerrado en el jardín de una casa−. Hola, cómo estás –lo saludó como si le hablara a un bebé, acercándose a él.
            −Cómo puedes encontrar bonito un perro así –Ernesto miró al animal con asco−. Hasta un peluche es más grande y escalofriante que esa cosa.
            −¡Hey, no seas duro con el pobre perrito! –Verónica se acercó aún más a la reja hasta tener al animal al alcance de su mano−. Eres muy bonito, ¿cierto, perrito?
            −Ay, demonios –resopló su novio, como diciendo: “ahí vamos de nuevo”.
            −¡Míralo, si es muy tierno! –La joven empezó a pasarle su mano por su cabeza, haciendo que éste se relajara y empezara a mover su cola−. ¿Te gusta esto, bonito, te gusta esto?
            −No sé cómo puede gustarte un perro así –le dijo Ernesto, acercándose a su lado−. Tiene las patas cortas, el pelaje horrible y parece ser el perro más gay de todos. De hecho –agregó, pasando su mano por entre las rejas para tocarle la cabeza−, creo que podría matarlo de un solo golpe.
            −¡Hey, Ernesto, no digas eso! –dijo Verónica, mirándolo asesinamente−. ¿Cómo puedes pensar algo así?
            −Sólo te lo digo porque… ¡Ahhhhhh, mierda!
            −¿Qué te pasa…? ¡Oh, mierda! –Verónica se llevó ambas manos hasta su boca; no podía creer lo que veía: el pequeño perro había cerrado fuertemente su mandíbula en la mano de Ernesto, provocando que de ésta empezara a manar un montón de sangre−. ¡No, perro, por favor, suéltalo, suéltalo!
            Pero el perro seguía en lo suyo, apretando más y más.     
            −¡Ahhhhhh, me duele, mierda, por favor, para, para, por favor! –Ernesto intentaba pegarle al perro con su mano libre sin poder acertar ninguno de sus golpes−. ¡Para, por favor! ¡Pa… AHHHHHHHH!
            Cuando Ernesto escuchó el horrible chasquido producido por su mano, supo de inmediato que algo malo le había sucedido a ésta. Verónica lanzó un fuerte y penetrante grito lleno de miedo.
            Ernesto miró entonces al animal en cuestión, percatándose que su mano derecha, la misma que segundos antes le había servido para tomar la cintura de su novia, abrir puertas de vehículos y casas, pagar los pasajes de la micro, estaba ahora colgando de su boca. No lo pudo creer en un comienzo, pero cuando se fue haciendo consciente de lo real que era todo lo que estaba viviendo, su mente pulsó una especie de botón de apagado, llevándolo a un temporal estado de inconsciencia.
            −¡ERNESTO! –gritó Verónica, sin moverse; sus ojos iban del perro al cuerpo de su novio y viceversa, rápidos, expectantes; temía que el perro le intentase atacar también a ella, arrancándole la yugular o una de sus queridas extremidades. No obstante el animal había arrojado la mano de Ernesto a un lado, como si la hubiera escupido, y, con una tranquilidad demasiado extraña para la situación, retrocedió unos cuantos pasos hasta contraer su cuerpo, mirando siempre la reja que tenía al frente. Entonces se levantó y empezó a correr en contra de ésta última, tomando impulso con sus patas en los pocos puntos que podía, como en su cerradura, sus bisagras y los fierros que la atravesaban de derecha a izquierda.
            Verónica pensó que aquello no podía estar ocurriendo: un perro saltando una reja como un humano, con una fuerza imposible para su pequeño cuerpo, era algo que superaba catastróficamente la realidad.
            Entonces el perro cayó a su lado, cerca del desmayado Ernesto que no paraba de sangrar.
            −¡No me hagas nada, por favor! –le suplicó Verónica sin darse cuenta que estaba llorando a mares mientras lo hacía.
            Pero el perro, impasible, sólo la miró y se largó lejos, perdiéndose calle arriba entre las piernas de los vecinos que se acercaban a ellos sin entender muy bien lo que ocurría.
            Un vecino corpulento, de unos cuarenta años, llegó hasta su lado para revisar la sangrante herida del joven inconsciente.
            −¡Qué pasó aquí, niña! –dijo el hombre, escupiendo saliva−. ¡Esta herida es inmensa!
            −Fue... fue…
            La puerta principal de la casa enrejada se abrió lentamente, fantasmagórica. Todos la miraron expectantes, llenos de una fría y tensa incertidumbre. Entonces primero apareció una mano, luego un brazo, luego el torso entero de una chiquilla que se arrastraba para salir al ante jardín utilizando sus últimas energías. Debía tener unos diez, once años, aproximadamente; tenía el pelo rubio desordenado y lleno de sangre, así como también lo estaba su cara y su ropa entera.
            La mitad de los espectadores ahogaron un grito de sorpresa al notar que a la pobre chica le faltaba uno de sus brazos y la mitad posterior de su cuerpo.
            La niña estiró su mano hacia su vecino corpulento, como si de alcanzarlo dependieran sus últimos segundos de vida.
            −Por fa... vor… No… dejen… que… ese… perro… es… cape… −El ambiente, tenso, podría haber sido cortado con un cuchillo en ese mismo momento. Nadie parecía respirar siquiera−. Es un… un demonio…