Cuento #22: La artista


Una vez conocí a una joven que solía sentarse en la cuneta de la calle cada vez que salíamos de una fiesta, donde vomitaba desparramándolo todo y se ponía a hacer figuras y cuadros en el charco con sus propios dedos. Formaba campos floreados ordenando los granos de arroz, alineaba estrellas con trozos de duraznos y creaba formas humanas con los fideos mal procesados de su estómago. Solía decirme que era su don más grande, la razón por la cual había nacido, y que algún día me iba a sorprender enormemente. Nunca le creí realmente: borracha, en verdad, solía hablar más idioteces que cosas importantes. Sin embargo, llegó una noche en que vomitó más de la cuenta (quedando al borde de la deshidratación), armó un bonito cuadro de lo que parecían ser casas ubicadas sobre pilotes, y, sin que yo pudiera hacer nada siquiera, se arrojó sobre él, rodando encima suyo con una violencia totalmente inusitada. Traté de detenerla, obviamente, pero como estaba más borracho que ella, caí torpemente de espaldas. Intenté levantarme de inmediato, pero un creciente movimiento activó una alarma en mi interior: la tierra comenzó a moverse impetuosamente, deteniendo fiestas, reviviendo borrachos, derrumbando casas y sumiendo al mundo en la oscuridad y la hecatombe misma. Fueron cuatro minutos en los que de verdad pensé que todo iba por fin a acabar: la gente salía de sus casas despavoridas, gritando a todo pulmón, pidiéndole perdón a Dios rey de todos los reyes por todos sus pecados cometidos. Todo era un caos digno de los Últimos Tiempos, lo juro.
            −¿Ves? −dijo mi amiga desde el suelo, sonriendo con su cara y su flequillo llenos de vómitos−. Te dije que algún día te sorprendería.