−¡¿Me estaré volviendo loco?!
−No, Pablo, tranquilo −le dijo la gata siamesa a su dueño con pereza:− los
locos están encerrados en los manicomios; tú, en cambio, estás aquí, en tu casa
y…, sí, bueno, tus manos están algo ensangrentadas y tienes un poco de sus
sesos en tu cabello, pero eso es todo, nada más.
Pablo suspiró aliviado.
−Gracias, Rose: tú siempre con tus buenas palabras.
En la cara de la gata se dibujó una tenaz sonrisa.
−Mejor ve a buscar la pala y sigue con tu trabajo antes que se haga tarde,
¿entendido?
−Entendido.
Y dicho esto su dueño salió tan rápido
de la habitación, que ni siquiera alcanzó a escuchar la felina y enfermiza risa
de su encantadora gata provenir a sus espaldas.