La
veo acercarse suave
como
un susurro,
con
su sombra a rastras y
un
brillante nimbo en la cabeza.
Su
presencia crepúsculo
es
sortilegio de la bendición,
es
viento fresco,
vendaval
en un terreno yermo.
Su
presencia me es necesaria,
y
me expando de sólo saber
que
me visita y
me
canta sus canciones:
por
la mañana,
por
la tarde,
por
las noches,
hasta
que se marcha
con
su estela lunar y
su
geometría armoniosa.
La
veo acercarse,
la
observo irse.
Me
habla en su lengua de lenguas
y
me trata con su
corazón
de corazones.
El
aire suave que emana
de
sus poros me trae
y
me lleva,
y
yo no sé qué es mejor:
entre
sus dedos de algodón,
no
hay mejor ni peor.
Me
habla,
me
observa y
se
remueve inquieta.
La
silueta crepúsculo,
la
figura atenta,
se
adelanta
y
se marcha
por
debajo de la puerta
con
su sombra,
su
nimbo,
siempre
tan suave
como
un susurro.