Historia #168: Esta noche lo recordaremos todo



Felipe y Mauro llevaban años sin verse; fue por eso que al saber ambos que el otro también se encontraba de paso por la ciudad de la que eran oriundos, decidieron descansar por una noche de sus familias para dedicarse a rememorar los viejos y buenos tiempos de su juventud, cuando solían perder dinero en las apuestas de caballos y estafar gente en los pubs regentados por otros estafadores aún peores, todos de la misma y más mala calaña. Se sentían ansiosos y nerviosos: ahora lucían menos pelos y más grasa frente al espejo que en aquel entonces, más marcas en las caras de las que pudieron haber llegado a pensar cuando aún no aparecía ninguna sobre su piel; pero bueno, a la mierda con lo que pensara el otro de los cambios físicos de uno: tampoco era que les importase mucho, realmente.
Cada uno se despidió de su familia prometiendo llegar temprano esa noche y tomó el taxi rumbo al centro de la ciudad prácticamente a la misma hora (con apenas unos segundos de diferencia entre ambos viajes). Para cuando se apearon del vehículo, cada uno en su respectivo lado de la calle, y se encontraron ante las puertas del pub en el que habían acordado juntarse, no podían creer que aún pudieran reconocerse a pesar de todo el tiempo transcurrido desde la última vez que se habían visto. Al principio no supieron qué hacer; se encontraban tan abrumados por la sensación de que el tiempo había retrocedido en un increíble y único pestañeo, volviendo veinte años atrás, que estaban paralizados. Entonces se abrazaron como no lo habían hecho en años y se palmearon la espalda ahogando saludos en los hombros del otro. Se miraron, notando los cambios, y supieron que la esencia siempre queda, después de todo.
Sin embargo, cuando proponían ingresar al local para recapitular los mejores episodios de su pasado, vieron cómo uno de los cocineros de éste salía despavorido de su lugar de trabajo chillando a grito vivo; al comienzo Felipe y Mauro no entendieron mucho de qué iba el asunto (quizá el tipo se había quemado con aceite friendo papas o había descubierto algo asqueroso entre ellas, como sucedía a menudo en locales como esos), pero bastaron un par de segundos para tener plena conciencia que ahí no quedaría nada en pie.
Primero fue una lengua de fuego asomada por el umbral de la cocina, luego la sensación que el ambiente se quedaba completamente sin aire, para que por último todo estallara en un poderoso fulgor blanco que lo silenció todo por un buen rato.
Felipe no supo cuánto tiempo había transcurrido al abrir los ojos, pero al escuchar lo que parecían cientos de personas gritando desesperada (como si se encontrara muy lejos de donde realmente se hallaba), se percató que no había sido mucho. Sintió que algo le arañaba la pierna, como un insecto o unos cuantos de ellos hambrientos; sus ojos se abrieron como platos al darse cuenta que la pierna izquierda de su pantalón estaba consumiéndose lentamente bajo la noche; no dudó en apagarlo de inmediato a manotazos.
Entonces se percató que del pub al que pensaban ingresar con Mauro iba a quedar muy poco para el día siguiente: ahora ardía como si fuera el mismísimo infierno, con las llamas alzándose alto hacia el cielo oscuro, fieras.
“¡Mauro!”, pensó Felipe en un pequeño atisbo de conciencia. Miró hacia todos lados, incorporándose lo más rápido que pudo; las piernas le temblaban, se dio cuenta que había sido lanzado varios metros desde la entrada del local, y que los alrededores estaban llenos de escombros y personas heridas o muertas; el cuerpo de una joven ardía tranquilamente boca abajo en la calle; Felipe sintió que su corazón se oprimía y que respirar se le hacía cada vez más difícil.
Intentó tranquilizarse y empezó a gritar el nombre de su amigo; a lo lejos se escuchaba el lamento de las sirenas de bomberos y emergencias; pronto llegaría ayuda para todos los desafortunados presentes.
            Lo encontró del otro extremo de la calle donde había caído, reconociéndolo porque se hallaba de espaldas al igual que lo había estado él, con la cara descubierta, sin heridas y sin manchas de sangre. Felipe sintió alivio al verlo ahí, tirado sobre el asfalto mientras unos transeúntes intentaban apagar las llamas de la chaqueta de uno de los comensales del pub uno metros más allá. Claro, sintió un alivio tremendo al verlo ahí sin fuego encima, sin quemaduras ni nada por el estilo, pero el horror lo apresó de inmediato al percatarse que lo que había pensado en un principio era un efecto visual por culpa de las llamas, era en realidad un hecho: a Mauro le faltaban las extremidades posteriores, con toda seguridad arrancada por la fuerte explosión en la que se vieron envueltos.
            Felipe corrió a su lado y notó que su amigo seguía con vida; las ambulancias y los camiones de bomberos se encontraban cada vez más cerca (a juzgar por sus sirenas).
            “¡Mauro!”, gritó el primero, haciendo que el aludido le dirigiera la mirada. No sabía qué hacer al respecto: nunca había aprendido Primeros Auxilios como para detener la hemorragia de sus piernas o simplemente mantenerlo con vida.
            Alguien gritaba a lo lejos que necesitaba ayuda con urgencia; otra persona chillaba por el horror de la escena. Felipe, por su lado, sólo esperaba que su amigo le dijera algo.
            “Felipe”, le dijo Mauro mirándolo a los ojos; se notaba que estaba empleando sus últimas energías en aquellas palabras.
            “¡Dime!”, le respondió el mencionado con el pecho oprimido. No podía creer que todo terminaría así.
            “Felipe”, repitió Mauro, levantando trabajosamente el dedo corazón de su mano derecha y apuntarlo hacia él. “Chúpalo”.