El otro día, la Pía vino y me mostró la maqueta de
mi primer libro con todas las de la ley para corregirlo (el de cuentos de
terror y la güeá) y sentí una especie de brillo dentro de mi corazón, un latido
cuático, insondable; pensé que eso era lo más cercano a prepararse para el
nacimiento de un niño, en este caso mi primogénito, ¡mi primer hijo, por la
mierda! Pensé: bah, quién quiere niños, que mi hijo mejor sea un libro, total, un
libro no me caga en las manos, no me vomita la espalda, no llora por las
noches, no me dejará la cuenta bancaria en números rojos. Entonces sonreí y
busqué libros de ayuda para papás, me inscribí en talleres de futuros padres,
paso día y noche con un libro falso a mi lado procurando que nada malo le
ocurra, me preparo para su llegada. Su cuarto ahora está adosado con papel
kraft (para que al nacer se sienta como en casa), sus muebles llenos de
materiales para encuadernarlo cuando lo necesite o se desarrolle, y el desván
vacío en el caso de que su venta sea mala y necesite un lugar para poder
olvidarlo.
Desde ese momento creo que
soy mejor padre.