No
fue hasta que un tipo me gritó en el baño público: “¡oye, culiao’, para e’ mear
en Morse!”, que me di cuenta que con toda seguridad tenía un problema entre mis
piernas.
Pensé en responderle cualquier mierda, pero preferí
sacudirme la verga y largarme de ahí cuanto antes.
Ya en casa, descansado y todo, decidí buscar en mi
celular la posible razón de mi síntoma, pero ni siquiera tenía claro por dónde
empezar a hacerlo. Traté con cáncer a la próstata, al recto, retención urinaria
y todo eso; busqué tanto, que las ganas de orinar volvieron como la marea y
terminé por correr al baño para seguir lanzando chorros de orina en los mismos
intervalos peculiares de siempre; entonces, pensé en lo idiota que había sido
al no percatarme que mi pene parecía estar dándome un mensaje claro y a su
propia manera sobre su estado de ánimo y salud. Desde ese mismo instante
comencé a registrar en audio cada una de las veces en las que iba al baño,
tratando de encontrar un patrón entre ellas, cosa de llevarlos al papel y
examinarlos para comprenderlos luego. Después de unos días supuse que lo mejor
sería intentar traducirlos al Morse –tal y como el hijo de puta del baño me
había dicho en un principio−: busqué un par de tutoriales en Internet y tras
unas cuantas lecciones de un venezolano con mucha información sobre el tema,
conseguí obtener los conocimientos necesarios para llevar a mi idioma las
palabras que intentaba pronunciar mi propio pene.
Entonces traduje sobre el papel las tres primeras
señales cortas escritas, seguidas por una corta y una larga, una pausa, una y
otra larga, y así sucesivamente, hasta que vi frente a mis propios ojos,
plasmadas con mis propias manos, tres palabras que me dejaron la piel de
gallina; tenía frente a mí un mensaje de mi propio pene; ¡no lo podía creer! El
mensaje, sin dejar lugar a dudas, decía: “úsame, o moriré”.