Largo camino a la ruina #47: Los sueños, sueños son

Me desperté sobresaltadísimo, con una extraña sensación de opresión en el pecho. Sabía que acababa de cometer un acto irreparable, horrible, inimaginable. Me miré la mano derecha, revuelta entre la sábana, y me percaté, algo extrañado, de que ahí no había nada. El sol se filtraba por la cortina a mi lado, mostrándome un montón de motas de polvo danzarinas frente a mis soñolientos ojos.
            Me refregué la frente y volví a reposar mi cabeza en la almohada, recordando los últimos momentos del sueño que acababa de vivir. Tenía el cuerpo desnudo de mi ex ante mi vista, sí, con su estómago pálido y marcado y su ombligo alargado como una cicatriz en el medio de todo; un poco más arriba oscilaban sus tetas con las que tanto extrañaba jugar por las noches, y, coronándolo todo, estaba su cara retorciéndose en el éxtasis absoluto, enseñando dientes, lengua y deseos profundos. Yo estaba encima, claro, en posición perpendicular a ella, y mi mano izquierda estaba sobre su boca y mi mano derecha estaba cerrada sobre su… pene.
            Sí, mi ex parecía casi toda ella, hasta el último lunar que recordaba, pero donde debía estar su vagina había ahora un pene, blanco como su piel, lampiño y pequeño, como el de un niño.
            En mi fuero interno sólo quería seguir viendo a mi ex retorcerse de los deseos de venirse de una manera explosiva ahí abajo, entre las sábanas, pero no conseguía ver un lugar o método para poder lograrlo; bueno, eso lo pienso ahora, mucho más tranquilo y consciente, porque en ese instante me pareció que lo justo sería hacer un buen esfuerzo por ella, llevar mi cabeza hasta sus muslos y agarrar su chisme para metérmelo en la boca y así poder cumplir con mi cometido. No sabía de dónde pude haber sacado una idea así.
            Me agité en la cama y me puse a pensar en que ya llevaba un buen tiempo desde la vez que nos revolcamos por última vez en su casa, luego de unas cuantas semanas de haber acabado con nuestra relación. No podría decir que aquella fue nuestra mejor actuación en la cama, pero sigue siendo una de las que más recuerdo cuando cierro los ojos y pienso en ella (al menos gráficamente).
Pero ahí estaba mi ex, aferrándome la cabeza con uñas y falanges para impedir que me moviera de la posición en la que me encontraba, succionando y dando embates con mi lengua a aquel gusano sin vida que deambulaba de un lado para otro por toda mi cavidad. Mi mano izquierda pasó de su boca a sus tetas y ahí me quedé un buen rato, apretando y relajando, pasando mis dedos de arriba abajo, jugando con sus pequeños y rosados pezones, sintiendo una fuerte erección contra la cama debajo de mí, como si quisiera abrirle un hueco y follármela también a ella.
Sentí su olor, su sabor, sus texturas, lo que era genial… Pero lo del pene no dejaba de atormentarme enormemente. No entendía qué podía significar todo eso: ¿era gay?; ¿quizá debí haber nacido mujer?; ¿mi ex era en verdad un hombre?; no sé, todo parecía muy confuso a esas primeras horas de la mañana.
Mientras me ponía el piyama para ir a echar la primera meada al baño, pensé inevitablemente en lo que debía estar haciendo mi ex en ese momento, quizá despertando con otra persona al lado, durmiendo arrebujada entre sus frazadas, o tal vez echando la primera meada del día como yo tenía en mente en ese momento.
Cuando los demás despertaron y comenzaron a preparar el desayuno, seguí manoseando algunos detalles del sueño para indagar qué diantres podía significar; llegué hasta a imaginar que mi ex estaba en peligro y que ésta era una forma muy particular de pedirme ayuda telepáticamente –mostrándome un pene que no le correspondía por asuntos biológicos y provocándome a que me lo echara en la boca y así darle placer–; por lo mismo, y al ya ver las cosas rodeadas por ese fulgor de luz solar que lo volvía todo tan real, me fui olvidando de las imágenes de su cuerpo desnudo hasta que el Juan, antes de echarse un trozo de pan con paté a la boca, nos contó que había soñado con su ex esa misma noche.
–No soñaba con ella desde hacía rato.
–¿Y qué güeá soñaste? –quise saber, expectante.
–Que me devolvía mi Super Nintendo, la muy maldita –dijo el Juan–. Terminamos y nunca me lo devolvió. Tenía caleta de juegos que ni siquiera debe jugar ahora. ¡Maldita mujer!
No sé qué habría hecho en el caso de que el Juan me dijera que también había soñado que le hacía sexo oral a su ex recién cambiada de sexo; probablemente me hubiera puesto a chillar como un demente.

Pero un Super Nintendo era un Super Nintendo, no había lugar a dudas. Y eso, comparado con hacerle sexo oral a tu ex ahora hombre con tetas, no era absolutamente nada.