Largo camino a la ruina #44: Consejos de amigos

Entró veinte minutos después de haber iniciado la clase. Venía cabizbajo y desgreñado, como un zombi, y no le importó que el profesor se burlara de él lanzando un comentario mordaz y frío sobre su atraso. Cuando llegó a nuestro lado y se sentó en su lugar de siempre, el Alonso se desparramó en su mesa para quedarse así por un buen rato. Al principio pensé que era culpa de la resaca, el haber dormido mal o el esfuerzo monumental que significaba ir a esa mierda de clase a primera hora de la mañana. Pero luego, cuando nos sentamos en el pasto afuera de la sala para esperar a la siguiente clase, supimos de qué iba todo el asunto.
            −La güeá con la Sole me tiene pa’l pico –nos dijo en tono amargo y perdedor refiriéndose a la Sole, nuestra compañera de carrera; el Alonso llevaba unos cuantos meses detrás de ella y nunca se había atrevido a decirle una pizca de lo que sentía por su persona. Por lo mismo le repetíamos hasta el cansancio que actuando de esa manera jamás iba a lograr nada. Pero él no entendía: prefería quedarse en la zona de confort que le entregaba su amistad, a arriesgarse y correr los riesgos básicos de toda declaración de esta índole y, quizá, quién sabía, ganar la guerra y quedarse con el premio mayor.
            Al escuchar sus palabras, varios de nuestros amigos hicieron un impulsivo ademán de hastío: como he dicho anteriormente, el Alonso ya nos tenía hasta la coronilla con su asuntillo con la Sole.
            −¿Me podrías decir qué es lo que te tiene tan pa’l pico de esa relación que ni siquiera existe? –le preguntó el Miguel.
            −Me tinca que la Sole se está pescando al Nacho –dijo el Alonso, pareciéndome muy patético.
            −¿Y eso qué?; al menos no es lesbiana.
            −¡Obvio que no es lesbiana: su primer pololo era hombre! –replicó el aludido−. Igual me da rabia que se la esté pescando ese conchesumadre.
            −¿Por qué, güeón? –le pregunté−. Demás que el loco ha hecho más cosas que tú al respecto.
            El Alonso bajó la mirada sin saber qué decir, haciéndome sentir un poco culpable.
            −Mira –dijo el Julián−, si ese conchesumadre del Nacho se está pescando a la Sole, es porque tú dejaste que pasara. Dime, ¿cuántas veces hay quedado solo con la Sole en tu casa o en la de ella?
            El Alonso se sonrojó y pensó por un breve momento.
            −No sé, muchas –dijo al fin.
            −Ya, y de esas “no sé, muchas” –continuó el Julián−, ¿cuántas oportunidades has aprovechado?
            −¿Aprovechar? –repitió el Alonso, extrañado−. No entiendo…
            −¡Dime, de todas las veces que has estado a solas con la Sole –dijo el Julián, perdiendo la paciencia−, ¿en cuántas le has mostrado señales de que le gustas?!
            El Alonso pensó por un rato.
−No…, no lo sé…
            −¡Ves –exclamó el Miguel−, es por eso que no te pesca: porque nunca le has dicho nada, porque sigues sin decirle nada; ahora mismo sigue creyendo que eres su amigo y que para ti ella no es otra más que tu amiga! ¿Entendí’ alguna mierda de lo que te digo?
            El Alonso agachó aún más la cabeza con gesto dolorido. En un principio, cuando lo de su amor por la Sole recién germinaba, verlo así nos deprimía un montón; pero luego de tantas conversaciones parecidas a ésta, lo que en un principio nos hacía querer alentarlo a que se decidiera a cruzar el río de una vez por todas –o morir ahogado en el intento−, ahora nos provocaba unas ganas gigantescas de apretarle el cuello hasta quitarle la vida y se callara para siempre.
Pero no podíamos ser así con nuestro amigo. Quizá tuviera alguna falencia afectiva por culpa de algún oscuro evento vivido durante su niñez o algo parecido (muchos de los problemas de adolescentes y/o adultos se debían principalmente a esto)…, aunque bueno, eso no lo podíamos saber a ciencia cierta. Por lo mismo, cuando se nos acabaron los quince minutos de receso para la siguiente clase y los demás se levantaron para dejar al Alonso y su problema eterno atrás, hice el gesto de quedarme arreglando unas cosas en mi mochila para poder abordarlo cuando ya todos se hubieran marchado.
−Oye, Alonso.
−¿Qué pasa?
−Mira –le dije, sin saber cómo expresarme−, yo también pasé algo parecido como lo de la Sole y tú.
−¿En serio?
−Obvio, pos, le pasa a todo el mundo. Cuando iba en el colegio me gustaba una compañera de curso de la que era muy amigo y güeá. Pero como tú, no sabía cómo decírselo ni en qué momento. Era desesperante. Hasta que un amigo, el Juan, me dijo algo que me sigue dando vueltas hasta ahora.
−¿Qué cosa?
            Me dio un poco de risa acordarme de las palabras de mi amigo y buscar la mejor forma para reproducirlas sin sonar demasiado engorroso. Obviamente no hice notar esto frente a Alonso: no fuera a pensar que me estaba burlando de él como los demás. Por la misma razón carraspeé y proseguí:
            −Me dijo que en realidad yo no era peor que mi compañera, ni tampoco mejor. Me dijo que sólo éramos dos personas idiotas que no sabían de relaciones humanas ni ninguna mierda. Por eso me recomendó hacer algo que sigo aplicando hasta el día de hoy.
            −¿Qué te recomendó?
            −Que me acercara a mi compañera y le dijera las cosas tal como eran; o bueno, simplemente darle un beso y ver qué ocurría.
            La expresión de Alonso reflejó su rotunda mezcla de sorpresa y miedo.
            −¿Y si eso no sale bien? ¿Dijo algo respecto a si las cosas no salen bien?
            −Por supuesto.
            −¿Qué te dijo? –quiso saber el Alonso.
            −Que si las cosas no salían bien, me fuera a mi casa, pusiera una porno en el computador y me corriera la paja hasta quedarme dormido o inconsciente.
            El Alonso me quedó mirando como si intentara pillarme en mi broma. Pero al ver en mi rostro que le hablaba con la verdad, se tranquilizó y me sonrió.
            −¿Pudiste concretar algo con tu compañera al final de cuentas?
            −Sí –le respondí−. Resulta que yo también le gustaba.
            Los ojos del Alonso brillaron esperanzados.
            −Aunque por supuesto −agregué− también han existido otras oportunidades en que me han dicho que no y han terminado por mandarme a la mierda ahí mismo (incluso me han dado cachetadas y patadas en las bolas por lo mismo). Pero con esto –seguí antes que cundiera el pánico en el Alonso− quiero demostrarte que si no te arriesgas, ni siquiera sabrás qué pudo haber ocurrido si se lo dices. Es como si nunca pudieras liberar el universo paralelo en el que tú y la Sole de verdad son más que amigos, follan y están juntos –Los ojos del Alonso se iluminaron aún más−. Por eso: ve y díselo cuando puedas, antes que lo del Nacho y ella se haga realidad y termines por perderla para siempre.
            −¿Y… si no…?
            −Bueno, pues te pajeas hasta que se te sequen las bolas y listo.
            −No se escucha tan fácil que digamos.

            −Nunca dejará de ser difícil si no lo intentas –le dije, esperando que mis palabras por fin cumplieran su efecto en él−. Y ahora apurémonos mejor, que estamos más atrasados que la puta mierda y necesito un 5 pa’ pasar esta cagá’ de ramo.